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lunes, 27 de diciembre de 2010

1. Para empezar (iii)

Ahora bien, si se habla de bronces asociados a la ficción, hay otra canción memorable, un poco más antigua en la memoria colectiva -claro que con una historia mucho más larga- y bastante más acelerada, en la que la trompeta también tiene un lugar preponderante: el tema de la serie de TV Green Hornet.

Esta canción tiene un origen clásico, de autoría de Rimsky-Korsakov, y es originalmente conocida como el Vuelo del Moscardón. Como tal, apareció en la película Shine (1996), en la que Geoffrey Rush encarna a un genial pianista que se vuelve loco buscando la perfección para interpretar a Rachmaninoff. En su encarnación más moderna, una agudísima y rápida trompeta lidera un grupo de distintos bronces y algo de percusión en un tema que, en poco más de dos minutos, no deja indiferente a nadie en la introducción de la serie de TV ya mencionada. Esta canción fue rescatada del limbo catódico por el mismísimo Quentin Tarantino en Kill Bill (2003), que la usó para acompañar el viaje a Tokio de Uma Thurman y su posterior paseo en moto por la ciudad, enfundada en amarillo.

Cómo una misma canción puede ser utilizada en dos películas tan disímiles –una basada en la vida real de un superdotado músico loco y, otra sobre la vida ficticia de una muy competente asesina- con la misma efectividad, es algo que da para pensar, y para dejar en claro que la música clásica permite usos múltiples (razón por la que fue tan utilizada en los seriales radiofónicos y cinematográficos antes de que estos medios comenzaran a producir su propia música incidental).

Pero Green Hornet no fue la primera demostración de que Tarantino tiene una cierta fascinación con los bronces setenteros cargados de energía. En 1994, tomó el mundo por asalto con Pulp Fiction, en cuya apertura sonaba Misirlou: una guitarra endemoniada, un par de gritos, y una trompeta solitaria poniéndole toda la onda del mundo. Por un par de años, este tema fue sinónimo de actitud, y llegó incluso a ser parodiado en Space Jam, la película de Bugs Bunny y… Michael Jordan.

Más “seria”, y con muchísima más historia, hay otra canción que muy pocos conocen por su nombre verdadero: La Obertura de Guillermo Tell. Pero, si se habla de la canción del Llanero Solitario, otro gallo cantará. O quizás no. ¿Alguien se acordará de este personaje en estos días?

Valga, por si las moscas, un pequeño recordatorio de cultura popular: el Llanero Solitario es un personaje de ficción ubicado en el viejo oeste norteamericano. Un jinete enmascarado que, acompañado de su asistente indio (llamado Tonto en el original norteamericano, y Toro en el mercado sudamericano, para evitar segundas lecturas), resuelve los entuertos de esos tiempos. Una suerte de superhéroe a caballo, por así decirlo. Comenzó como un programa en la radio en los ’30, tuvo su salto a los seriales de pantalla grande en los ’40 y luego a la televisión en los ‘50. Se editó en cómics, y a comienzos de los ’80 tuvo un gran largometraje que prentedía revivir al mito en gloria y majestad, al que no le fue demasiado bien. Desde la emisión en radio, se le asoció el último movimiento de la Obertura de Guillermo Tell como su melodía característica.

Volviendo al punto inicial: los últimos tres minutos y poco de dicha Obertura comienzan con una fanfarria que invita a la acción inmediata, con sobreabundancia de bronces y uso –y abuso- de las cuerdas, todo a una velocidad desmesurada. Nada mal para una canción que fue compuesta hace ciento ochenta años. El contrapunto entre los distintos momentos del tema es impresionante. De la suavidad a la energía, y vuelta atrás. Como para que tapar la boca de todos quienes dicen que la música clásica es latera. Imposible, al escucharla, no imaginarse a todos y cada uno de los maestros de la sinfónica respectiva sudando la gota gorda para poder interpretar esta maravilla de la música clásica.

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